lunes, 22 de febrero de 2010


Ya a penas recuerda mi ajetreada cabecita el momento de tu llegada, y eso que mis recuerdos cuelgan perennes de las ramas de mis pestañas.
Fue de tanto removerlos en la noria en que me monto cuando estoy mareada, en la coctelera del kalimotxo barato y los tequilas sin limón, en el tambor de una lavadora que usa barro en vez de jabón.
No pongo color a los días en que los dados manejaban nuestra suerte. Por eso, y por unas cuantas majaderías más, la esperanza da la vuelta a cada esquina antes que mis pies buscando tu lento caminar al compás de un silbido para regalarte un color.
Seguro que nadie te ha regalado un color...

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